“No lo duden: si soy escritor es porque hubo biblioteca en mi casa. Así de simple y así de magnifico.
En mi casa en el chaco, donde las siestas son interminables, lo que más había era lectura. Era un hogar humilde: mi papá tenía apenas tercer grado de primaria y había trabajado como panadero, viajante, vendedor de cosas. Mi mamá, maestra de piano, era fanática de la lectura. Y mi única hermana, doce años mayor, leía todo el tiempo. El mueble más importante de la sala comedor era la biblioteca: un enorme librero de madera oscura que tenía, en los estantes inferiores, todos los libros que yo podía tomar para leer, jugar, destruir o lo que se me diera la gana; y arriba, por supuesto, los libros que, inteligentemente, nadie decía que eran inconvenientes. Lo descubrí en la adolescencia, claro, pero cuando ya me había cargado varias enciclopedias y los adorables libros de Monteiro Lobato, impresos en una edición de la desaparecida editorial Americalee, que perdí en alguna mudanza y todavía me emociona recordar.
Al parecer, y lo compruebo aquí y allá, son muchos los colegas que narran experiencias similares. De México, de Cuba, de España, los Estados Unidos o Brasil, cada escritor que habla sobre la lectura evoca la biblioteca que lo formó.”
Mempo Giardinelli. La biblioteca y la lengua. Cap.8, del libro: Volver a leer. Propuestas para ser una nación de lectores. Edit. Edhasa 2006.
En mi casa en el chaco, donde las siestas son interminables, lo que más había era lectura. Era un hogar humilde: mi papá tenía apenas tercer grado de primaria y había trabajado como panadero, viajante, vendedor de cosas. Mi mamá, maestra de piano, era fanática de la lectura. Y mi única hermana, doce años mayor, leía todo el tiempo. El mueble más importante de la sala comedor era la biblioteca: un enorme librero de madera oscura que tenía, en los estantes inferiores, todos los libros que yo podía tomar para leer, jugar, destruir o lo que se me diera la gana; y arriba, por supuesto, los libros que, inteligentemente, nadie decía que eran inconvenientes. Lo descubrí en la adolescencia, claro, pero cuando ya me había cargado varias enciclopedias y los adorables libros de Monteiro Lobato, impresos en una edición de la desaparecida editorial Americalee, que perdí en alguna mudanza y todavía me emociona recordar.
Al parecer, y lo compruebo aquí y allá, son muchos los colegas que narran experiencias similares. De México, de Cuba, de España, los Estados Unidos o Brasil, cada escritor que habla sobre la lectura evoca la biblioteca que lo formó.”
Mempo Giardinelli. La biblioteca y la lengua. Cap.8, del libro: Volver a leer. Propuestas para ser una nación de lectores. Edit. Edhasa 2006.
Graciela Beatriz Cabal (Fragmento)
“Y la biblioteca… Tantas ganas tenía de entrar, que entré, me di el gusto. Ahí estaba yo, alelada, (…) cuando una turba de chicos muertos de risa, entró por la puerta y, sin saludar ni nada, se abalanzaron sobre los libros y después se tiraron sobre unos almohadones y hasta en el suelo, y se pusieron a leer… ¡O a hacer que leían! Porque algunos, lo puedo jurar, solo miraban las figuritas y otros iban de atrás para adelante, o se salteaban. ¡O mojaban el dedo para dar vuelta las páginas! Y (…) también me acordé de mí, de la nena que fui y que de alguna manera todavía soy, y entonces me agarró una cosa tan, qué sé yo, que me acerqué a la bibliotecaria de los anteojos redondos y le dije:
-Señorita, por favor, ¿me podría quedar un ratito aquí en la biblioteca?
Graciela Beatriz Cabal (Buenos Aires, 1939-2004) es una figura clave en la literatura infantil y juvenil de la Argentina del siglo XX. Escritora valiente a la hora de elegir temas, su estilo narrativo se apoya en la lengua coloquial del habla rioplatense, sin por ello perder universalidad.
Ilustración: ©Erwin Madrid.
“Y la biblioteca… Tantas ganas tenía de entrar, que entré, me di el gusto. Ahí estaba yo, alelada, (…) cuando una turba de chicos muertos de risa, entró por la puerta y, sin saludar ni nada, se abalanzaron sobre los libros y después se tiraron sobre unos almohadones y hasta en el suelo, y se pusieron a leer… ¡O a hacer que leían! Porque algunos, lo puedo jurar, solo miraban las figuritas y otros iban de atrás para adelante, o se salteaban. ¡O mojaban el dedo para dar vuelta las páginas! Y (…) también me acordé de mí, de la nena que fui y que de alguna manera todavía soy, y entonces me agarró una cosa tan, qué sé yo, que me acerqué a la bibliotecaria de los anteojos redondos y le dije:
-Señorita, por favor, ¿me podría quedar un ratito aquí en la biblioteca?
Ilustración: ©Erwin Madrid.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.