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Biblioteca Popular José A. Guisasola





Joaquín Gómez Bas (1907-1984)

Joaquín Gómez Bas, autor clave de la literatura argentina del siglo XX, nació en Oviedo, Asturias, España. Participó en distintos grupos literarios y así surgió su vocación de escritor y pintor. En el campo de la pintura, su primera muestra individual fue en 1958. Sus obras figuran en varios museos nacionales y provinciales y en colecciones particulares. En el ámbito de las letras fue miembro de la Academia Porteña del Lunfardo, publicó sus poemas y luego se extendió a la narrativa. Colaboró con varios periódicos y revistas del país y del extranjero. Entre sus numerosos libros se destacan "La resaca", "Oro bajo" y "La comparsa". Fue distinguido con el Premio Konex (1984) y con la medalla de oro otorgada por la Comisión Nacional de Cultura por Barrio Gris (1954). En el cine, fue guionista de las obras "Hombre de la esquina rosada" (1962), "Oro bajo" (1956), "El curandero" (1955) y "Barrio gris" (1954). Gómez Bas murió el 4 de noviembre de 1984 en Buenos Aires.


EL ESPIRO
Joaquín Gómez Bas

Mirá, negra, me pianto. Te la digo derecho,
sin palabras al bardo, de mi bronca a tu oreja.
Total, ya no hay motivo pa' pensar en la vieja;
ella se fue, y yo planto. Me pudrí en el repecho
de sudar pa' tu lujo, remando como grone,
del conchabo a la cueva, del morfi a la catrera,
rajando para el yugo con la estrella primera,
con el hambre de guita del turro que se pone.

Te alhajé y te empilchaste como para milonga
de copete oligarca. Te levanté a babucha.
Vos, jarangón corrido. Yo, quemando en la cucha
el faso del estrilo, pensando en villalonga,
en tomarme el aceite con todo, sin aviso,
sin escombro, tranquilo, demorado en el raje
para astillar recuerdos masticando el mensaje.

Fui laburante en serio por aquel compromiso
de que estaba la vieja, y ella nada sabía
de tu paso en la mala, de tu sangre falluta;
no supo de los mangos que chapaste en la ruta
de donde yo te traje. Ella nada sabía
del metejón chitrulo que me oxidó el cuchillo
y a mi cartel de taura le puso bastón blanco;
ella no supo nunca por qué a Conrado el Manco
le caía tan fiero su trago de vinillo.

Y ahora que la vieja no está —Dios la tenga—
me puedo lamber solo. Y a vos, que la garúa
te refresque el balero. Pa' mí ya no hay mamúa
mejor que esta piantada que me hago en pata renga.

Hasta más ver, che negra; perdón por el rezongo,
atenti a la estrolada... y que te aguante Mongo.

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Foto: Entrega de los premios “Pedro de Mendoza”. De pie: Luis Alposta y Edmundo Rivero. Sentados: Ireneo Leguisamo, Ernesto Sabato, Sigfredo Pastor, Rosita Quiroga y Joaquín Gómez Bas


EL HORNO (por Joaquín Gómez Bas)

Era un invierno criminalmente frío. La idea se le ocurrió al abrir la tapa del horno y sentirse envuelto en una ola de aire caliente, achicharrante. Sería un verdadero negocio envasarlo y venderlo.
Lo puso en práctica en seguida. Salió a la calle con un carrito de mano y casa por casa fue adquiriendo a precios de pichincha centenares de botellas vacías. Ya en su casa, encendió el gas del horno y aguardó a que se elevara la temperatura interior. Cuando consideró logrado el punto conveniente, abrió, metió la cabeza dentro, aspiró el aire abrasante y lo sopló en la primera botella, que tapó justamente con un corcho. Repitió el procedimiento con unas cuantas y salió a venderlas.
Hizo un negocio redondo. Las vendía en cajones de doce botellas cada uno y no daba abasto. Lo único en contra era que de tanto meter la cabeza en el horno había perdido en reiteradas chamusquinas, el pelo de la cabeza, de las cejas y del bigote. Sin embargo, no desistía. Ganaba mucho dinero. No era cuestión de abandonar semejante ganga por pelos de más o de menos.
Un día sintió cierta picazón en una oreja y al intentar rascársela se le desprendió convertida en ceniza. Lo mismo le pasó con la otra a la semana siguiente, y más tarde con la nariz, el cuero cabelludo, la piel de la cara y los párpados. Inexplicablemente, conservó hasta el final los labios. Cuando éstos también se le cayeron le resultó imposible soplar el aire caliente dentro de las botellas. Y se le acabó el negocio.


El microcuento "El horno" aparece en el libro 35 cuentos breves argentinos (selección por Fernando Sorrentino), Ed. Plus Ultra.

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